Porque nosotras no queremos quedarnos en la posición de víctimas en la cual la sociedad querría ponernos reconociéndonos como mujeres. Víctimas, porque entonces nosotras no seríamos capaces de ser autónomas, de defendernos, de llevar nuestras vidas como nosotras quisiéramos. Nosotras seríamos individuas débiles, demasiado sensibles, sumisas a los humores hormonales, dependientes y frágiles. Nosotras necesitaríamos figuras fuertes para poder salir, médicos para curarnos, hombres para que podamos ser respaldadas, niñxs con lxs que poder sentirnos completas, policías para que nos protejan.
Nuestra educación se establece a partir de todas estas chorradas en nuestras cabezas y terminamos por integrarlas. Luchar contra el machismo, para nosotras, es luchar contra el género. Y luchar contra el género, es rechazar la lógica que engendra las asignaciones, sin negar que ellas nos condicionan también.
Nosotras no queremos ser definidas por las particularidades de nuestros cuerpos, más bien por aquello que resulta de nuestras elecciones, nuestra ética y nuestros actos. Incluso si deseamos destruir el género, nos hace bien encontrarnos entre personas que comparten los mismos sentimientos, experiencias, que viven en nuestros zapatos, en los que nos han asignado ser mujeres, y que tienen el mismo deseo de deshacerse de todo esto. Juntas, nos demostramos que somos capaces de realizar actos a partir de nuestras ideas, y que no necesitamos a nadie más que a nosotras mismas para hacerlo. Preparamos nuestra venganza por todas las veces que nos hemos sentido desanimadas, intentando persuadirnos con la idea de que no éramos capaces, que no teníamos las competencias necesarias, ni la fuerza, ni los medios, para desactivar esta lógica que nos hace aplazar para siempre más tarde el momento de expresar nuestra rabia y nuestros deseos.
Nosotras hemos concretado este deseo de venganza organizándonos para atacar la gendarmería de Meylan.
Para asegurar nuestra seguridad durante el ataque (y para gastar una broma a lxs bomberxs) hemos encadenado el acceso de vehículos de la gendarmería.
Después, hemos pasado unos diez minutos agrupadas en el bosque bordeando la alambrada, pero nos hemos dado cuenta de que no podíamos pasar la noche allí, y que en ese momento, había que ponerse a hacerlo. Hacía falta afrontar nuestro estrés y superarlo.
Así que después de una última sonrisa, y algún que otro abrazo, cortamos la alambrada.
Con diez litros de gasolina, nos lanzamos al asalto -discretamente- del parking.
Nos hemos focalizado en los coches privados de los policías, a pesar de lo que digan algunas serigrafías, pues teníamos ganas de atacar más a los individuos que llevan el uniforme, que a su función, más a sus bienes personales que a sus herramientas de trabajo. Ya que nosotras creemos que los roles existen porque hay personas que los toman. Si detrás de un uniforme hay un humano, es a éste al que nosotras hemos buscado atacar.
Finalmente, desaparecimos en lo que dura una carcajada, apresurándonos un poco, claro está…
En el camino de vuelta, estábamos eufóricas. Nos sentíamos ligeras, fuertes, unidas, con ese sentimiento de que nada podía pararnos.
Ese sentimiento de poder, no tenemos la intención de dejar que nadie nos lo quite, si no más bien, de hacerlo crecer.
Este texto es también un mensaje para todas las personas que se encuentran encerradas en los roles de supuestas víctimas, y que conflictualizan su relación con el mundo para poder ser libres, que se tienen en cuenta como individuxs, sin negar que son marcadas por las categorías sociales de donde ellxs mismxs vienen.
Estamos convencidas de que nuestros límites son a la vez mentales y sociales, que tomando estos roles, nosotras somos nuestra propia policía.
Por la organización en afinidad, y por el ataque, rechazamos estos límites.
[Traducido por Contramadriz]
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