Desde la infancia somos tomados rehenes del mundo moderno, que presume de los méritos de la seguridad haciéndonos olvidar, gracias a una serie de promesas que paulatinamente no se cumplen, la significativa dosis de servidumbre que nos toca aceptar a cambio del progreso.
Mientras los horizontes que se cortan frente al avance de la civilización se hacen cada vez más cupos – con la devastación de los espacios salvajes, la creciente domesticación de la vida, la artificializacion de los seres – el mundo sigue su desenfrenada carrera, siempre más dependiente de las infraestructuras energéticas y de los productos que estas consumen y producen: petróleo, uranio, electricidad.
En el lapso de ni siquiera dos siglos, la producción de electricidad y la creciente electrificación de los espacios han continuado a expandirse hasta colonizar cada pequeña parte de nuestra vida.
Inicialmente, eran solo algunas empresas e industrias las que utilizaban la electricidad. La técnica se ha ido extendiendo gradualmente a usos domésticos. Hoy, en cada momento de nuestra vida diaria, llevamos y usamos una gama cada vez más impresionante de accesorios en nuestros bolsillos o en nuestras muñecas, que marcan cada momento de nuestra vida hasta el punto de hacer que su uso sea completamente normal.
Ya es evidente cómo una técnica que un tiempo fue marginal y reservada para algunos sectores industriales haya adquirido una dimensión exponencialmente extendida, imponiendo su reinado en pocas generaciones. Y si salir de la red digital parece ser un desafío cada vez más complejo de recoger, intentar escapar de un mundo en el cual todas las relaciones están disciplinadas por la electricidad lo es aún más.
Se delinea una sociedad que, aumentando su dependencia de la electricidad, corre el riesgo de no poder prescindir de su existencia organizativa. Han bastado aquellas mismas generaciones para perder el uso y el conocimiento de una serie de gestos y de prácticas, aumentando aún más el reino de la dependencia. Más allá de las comodidades, aquello que determina en nosotros el mundo eléctrico es sobre todo una experiencia de desposeimiento de nuestras elecciones y de nuestra autonomía. La mayor parte de nuestras experiencias de vida tienen lugar dentro de una realidad cada vez más normalizada.
Las infraestructuras eléctricas resultan, por tanto, ser las piedras miliares de aquello que, detrás de la apariencia de un mundo de progreso y de emancipación, es ante todo un sistema totalitario y mortal que la mayoría de las veces nos obliga, queramos o no, a avanzar en la dirección de su desarrollo.
La noche del 13 de julio del 2021 hemos golpeado, con una acción de sabotaje un importante transformador eléctrico en la cuenca de Aubenas, porque queríamos dirigir nuestra rabia contra todo aquello que el sistema eléctrico encarna y representa. Al mismo tiempo queríamos escapar con fuerza al chantaje ideológico que nos viene impuesto por la marcha del mundo tecno-industrial.
La crítica del mundo hodierno, para que venga recibida por el mayor número de personas, a menudo se niega a alterar radicalmente las condiciones de existencia.
Se dice, en el ámbito de su espacio doméstico, que a nivel individual es posible cuestionar un determinado uso de la electricidad, recurriendo a algunos ajustes para obtener, desde cierto punto de vista, más autonomía y autosuficiencia.
Volviéndose tan complicado, para la mayoría de las personas, imaginar un mundo sin electricidad, los «actos de resistencia» se traducen en modo técnico, en una imagen del mundo para el que están hechos. En lugar de interpelar el dominio tecnocientífico en su conjunto, se dejará seducir por la ilusoria posibilidad de reapropiarnos de fragmentos de un mundo que hace tiempo que ya no está pensado en relación con nuestras necesidades, sino que responde en primer lugar al desarrollo del reino de las máquinas.
La Revolución de los pequeños gestos cotidianos no se llevará a cabo. Esta es ya ahora reclamada por la mayoría al dominio y tiene la forma de una cortina de humo que destila la impresión de actuar. Esta sedicente Revolución nos parece una renuncia fundamental, la pérdida de la posibilidad de imaginar un mundo radicalmente otro, cuyas reglas no estén más dictadas por el imaginario científico e industrial. Nosotros deseamos seguir deseando y concebir un mundo en el cual el progreso técnico no sea más la única historia positiva que modela el advenir.
Si creemos en las posibilidades individuales, pensamos que es una lástima que estas vengan pacificadas a través de la sobreestimación de pequeños gestos cotidianos, traduciendo en práctica subversiva la elección de un jabón eco-responsable o de una ducha cronometrada en un piso moderno. La elección de encender o apagar la luz se asemeja cada vez más a las falsas posibilidades electorales, como si la crítica del mundo actual sólo pudiera hacerse dentro de un marco impuesto (sistema electoral, infraestructuras digitales…).
Quien hoy golpea a sabiendas aquello que tiene a que ver con los flujos indispensables del mundo contemporáneo viene sistemáticamente tratado como un secuestrador de numerosas vidas humanas.
Es curioso que la moral occidental de hoy, mientras continua sin pararse a fundarse sobre una serie de asesinatos masivos y de servidumbre individual (esclavitud, colonización), mientras considera a enteras poblaciones como conejillos de indias del nuclear (Polinesia, Argelia,…), mientras organiza una servidumbre de enormes proporciones sutilmente disfrazada de consumo, aun sabiendo sin pestañear que todo su nivel de vida es el fruto de la reducción en esclavitud de la vida y de otros seres humanos distantes de ella, trata de terroristas a los individuos que cuestionan el nivel de dependencia general respecto a las infraestructuras y a los flujos intocables y galvanizados de la mayor parte de las personas.
Atacando directamente las infraestructuras eléctricas, queremos erradicar la peste del chantaje con el cual este mundo nos arrincona. Según dicen los tecnócratas: ir contra el mundo moderno y beneficioso, significa culpar a los más débiles y dependientes del sistema.
Ya hemos tenido suficiente de delegar nuestra fuerza, nuestras habilidades y nuestra seguridad en un mundo que nos encierra, nos mantiene en dependencia y organiza la mayoría de las veces nuestro debilitamiento.
Al contrario de lo que puedan decir, el progreso no es un proyecto filantrópico.
En la era del capitalismo, los avances técnicos son sobre todo proyectos comerciales. El objetivo final no es ni ha sido nunca aquello de hacer felices a algunas personas o de contribuir al bienestar de otras. En este espejismo en el que vivimos, se hace todo lo posible para hacer invisibles las reglas de la economía y del Estado. Es más fácil aceptar el infierno si está empedrado de buenas intenciones.
Actualmente, con la construcción de infraestructuras que cada vez más nos encadenan a un proyecto de sociedad mortífera, venimos privados de la exploración de otras posibilidades de existencia.
Cuando todo y todos se encuentran atrapados en los segmentos de una misma realidad dominante, ya no es posible oponerse sin oponerse directamente a todo el sistema, así como a sus infraestructuras.
Si consideramos importante desvincularnos individualmente, la propia naturaleza de la red interconectada transformaría la posibilidad de una desconexión individual en un acto incompleto e insuficiente.
Atacar las infraestructuras es una garantía más consistente para hacer así que el mundo eléctrico deje de monopolizarnos e imponernos su reino de velocidad.
Desconectar este mundo eléctrico significa entonces revelar la inmensidad de aquello que toca y gobierna.
Desconectar este mundo eléctrico es tomar conciencia que cada vez es más difícil actuar y pensar autónomamente incluso fuera de su enchufe y también que cada vez es más importante hacerlo.
Desconectar este mundo eléctrico significa intentar crear una reacción en cadena, que golpee el conjunto de las infraestructuras y de cuanto funciona gracias a la electricidad (redes digitales, de comunicación, banca, estatales, industrias y empresas, infraestructuras militares y policiales…).
Desconectar este mundo eléctrico significa atacar el mito de la energía limpia que se esconde detrás del nuclear.
Desconectar este mundo eléctrico, es intentar dar un paso hacia lo desconocido.
Esa noche hemos entrado, a última hora, en el interior de un parque eléctrico cerca del municipio de La Chappelle Sous Aubenas en Ardèche. Después de perforar un gran agujero en la red, nos hemos colado en la infraestructura para atacarla en varios puntos. Varios incendios iniciamos dentro de los edificios que hemos abierto precedentemente. Tales edificios contenían generadores y baterías de repuesto que presumimos eran para utilizar en caso de daños al resto de la infraestructura.
También hemos dado fuego a varios contadores ubicados tanto alrededor como en el edificio central que creemos que albergaba un convertidor gigante.
Finalmente, después de levantar dos placas metálicas diferentes, hemos incendiado algunos cables eléctricos que serpenteaban entre las distintas instalaciones del lugar.
En total, 9 llamas iluminaban la noche en el momento de nuestra fuga.
Por lo que hemos podido comprobar, las ciudades y los pueblos circundantes no se han sumido en la oscuridad. Aunque el daño que imaginamos ha sido sustancial, con numerosos incendios establecidos en el sitio, el resto de la red eléctrica no parece haber sido afectada por el daño causado.
Esto no nos desanima en el deseo de continuar a atacar la sociedad eléctrica.
Saludamos a los autores del comunicado de Toulouse relativo al ataque a un transformador eléctrico. Las palabras de aquel texto han sabido tocar nuestros corazones y nuestras mentes.
Coraje a aquellos que todavía resisten a la aniquilación de la vida y de la libertad.
Un pensamiento especial para el compañero Boris, en coma.
Hoy más que nunca, en estos tiempos nauseabundos, preferimos el riesgo de hacer descarrilar la situación a la falsa paz de una mortífera comodidad.
Mejor la oscuridad de una noche sin neón, a la luminosidad de un camino hacia el abismo.
Para devolver la magia en nuestras vidas. Porque las hadas nunca serán eléctricas.
PD: ¡no olvidar apagar la luz antes de salir!
[Traducción: Contra Info]
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